CAPÍTULO IX: Solución a las autoridades invocadas por Fotino y Sabelio

CAPÍTULO IX

Solución a las autoridades invocadas por Fotino y Sabelio

Consideradas estas cosas, se ve que las razones que Fotino y Sabelio aducían de la Sagrada Escritura en favor de sus opiniones no pueden confirmar sus errores.

Porque lo que dl Señor dice después de la resurrección: “Me ha sido dado todo el poder en el cielo y en la tierra”, no se dice, pues, porque entonces recibiese de nuevo ese poder, sino porque el poder que el Hijo de Dios había recibido desde la eternidad había comenzado a aparecer en El hecho hombre, por la victoria que tuvo resucitando de la muerte.

Y lo que el Apóstol dice hablando del Hijo: “Nacido de la descendencia de David”, prueba claramente cómo hay que entenderlo por lo que sigue: “según la carne”. Porque no dijo que el Hijo de Dios fue hecho en absoluto, sino que fue hecho “de la descendencia de David, según la carne”, al asumir la naturaleza humana, según dice San Juan: “El Verbo se hizo carne”. Y por esto se ve también que lo que sigue: “Que fue predestinado Hijo de Dios en el poder”, pertenece al Hijo según la naturaleza humana, pues el que la naturaleza humana se uniese al Hijo de Dios, para que el hombre pudiese llamarse a sí Hijo de Dios, no fue por los méritos humanos, sino por la gracia de Dios, que lo predestinó.

E igualmente lo que el mismo Apóstol dice que “Dios exaltó a Cristo en premio de la pasión”, hay que referirlo a la naturaleza humana, en la cual tuvo lugar la humillación de la pasión. Por eso lo que sigue, “le otorgó un nombre sobre todo nombre”, ha de referirse a que el nombre que conviene al Hijo por su nacimiento eterno había de manifestarse que concernía al Hijo hecho carne para que lo creyeran los pueblos.

Por lo cual también está claro que lo dicho por Pedro: “Dios hizo a Jesús, Cristo y Señor”, hay que aplicarlo al Hijo según la naturaleza humana, por la que comienza a tener en el tiempo lo que tuvo desde la eternidad en la naturaleza divina.

Y lo que aduce Sabelio sobre la unidad de la deidad: “Oye, Israel: Yavé, nuestro Dios, es el solo Yavé”, y “ved, pues, que soy yo, yo solo, y que no hay Dios alguno más que yo”, no se opone al dictamen de la fe católica, la cual confiesa que el Padre y el Hijo no son dos dioses, sino un solo Dios, como se dijo.

Y del mismo modo, lo que se dice: “El Padre, que mora en mí, hace sus obras”, y “yo estoy en el Padre y el Padre está en mí”, no demuestra la unidad de persona, como quería Sabelio, sino la unidad de esencia, que Arrio negaba. Porque, si fuese una misma la persona del Padre y la del Hijo, no se diría convenientemente que el Padre está, en el Hijo y el Hijo en el Padre, al no decirse con propiedad que el mismo supuesto está en sí mismo, sino solamente por razón de las partes; porque, estando las partes en el todo y siendo costumbre atribuir a las partes lo que conviene al todo, algunas veces se dice que el todo está en sí mismo. Mas este modo de hablar no cabe en Dios, en quien no puede haber partes, como se demostró en el libro 1 j (c. 20). Resulta, por tanto, que, como se dice que el Padre está en el Hijo y el Hijo en el Padre, el Padre y el Hijo no son el mismo supuesto. Sin embargo, por esto se prueba que la esencia del Padre y del Hijo es una sola. Porque, establecido esto, se ve claramente cómo el Padre está en el Hijo y el Hijo en el Padre. Ya que, como el Padre es su misma esencia, por la razón de que en Dios no se distingue la esencia y quien tiene la esencia, según se demostró en el libro 1 (c. 21); resulta que en quienquiera esté la esencia del Padre está el Padre y, por la misma razón, en quienquiera esté la esencia del Hijo está, el Hijo. De donde, estando la esencia del Padre en el Hijo y la esencia del Hijo en el Padre, porque la esencia de ambos es la misma, como enseña la fe católica, se sigue evidentemente que el Padre está en el Hijo y el Hijo está en el Padre. Y así, con un mismo argumento, se refuta el error de Sabelio y Arrio.

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